En aquella estación, anocheciendo, sentada en mi maleta y esperando,
te recuerdo mirando mis tobillos y ascender descarado, con los ojos
siguiendo, los dibujos de mis medias.
Cuando llegó aquel tren que me llevaba no recuerdo a que sitio,
te subiste en mi vagón y, al empezar la marcha,
con tres golpes enérgicos llamaste a la puerta de mi compartimento.
Te abrí y entraste. Fue todo un asalto,
pero nunca pensé en gritar y pidiendo ayuda al revisor.
Era más dulce rendirse sin hablar, sin preguntarte,
sin intentar la fuga, ni el orgullo.
Pensar en los demás, me molestaba, y más saber que,
de un momento a otro, nos iba a interrumpir el director
con sus gritos de ¡¡corten!! y ¡¡otra toma!!
(Amalia Bautista)