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Uno escribe siempre la misma canción sobre un niño con cara de viejo que se atreve a volar bajo el cielo marrón, que agoniza detrás del espejo. Uno canta siempre la misma canción otra noche en el bar de la esquina, cerca de la estación donde duerme un vagón cuando el tiempo amenaza rutina. Uno sueña siempre la misma canción, abanico de fuego en la nieve, cuando el sol envejece al caer el telón y es tan tarde la vida y tan breve. Uno empieza siempre la misma canción con los mismos acordes gandules, con el mismo trabajo y la misma obsesión, con andrajos de velos de tules. Uno inventa siempre la misma canción del poeta borracho y su musa, del teclado mellado del acordeón, del pecado mortal sin excusa. Uno rumia siempre la misma canción como un perro ladrando a la luna, con la misma trompeta y el mismo trombón de mariachi que estuvo en la tuna. Uno acaba nunca la misma canción sobre un viejo con alma de niño que no pierde ocasión de afinar su cajón de psicópata barbilampiño. Joaquin Sabina. Mejor con F11.