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Seguramente nadie pudo decirnos que la luz era un túnel sin salida, que el sol era la sombra y el mar un sentimiento de la piedra. Seguramente nadie, nadie quiso advertir en los periódicos una flor que era invierno, una ley que era espada y esta nube, sospecha de la roca. Así, amaneció de negro el día blanco, y la luna fue escombro a las dos de la tarde, cuando salió la víbora de los grandes desiertos para buscar almohadas y conocer la nieve. Y los años perdían la memoria, y el desván se cerraba en las alas del águila, y cada huella presentía el hielo, y cada uno se aferró a su nombre como a un leño en el mar, navegando en la herida de una frase, en las puestas de sol, entre las cartas y los documentos. Así, con la rutina de las salas de urgencia, vino el sapo viscoso de la lluvia, y nos besó en la boca. Luis García Montero