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A veces hace frío, tanto frío que no cabe en las manos el nombre de una rosa. Entonces llego a ti desafiando el mundo que te ignora y como alguien que sabe que te ama y no conoce todavía la infancia de tus pasos ni tu aliento de hiedra ni el demonio nocturno de tu sangre, como alguien que te sabe con los labios elásticos y un temblor de humedal entre las piernas me hospedo en tu mirada, en la erosión de una llama incruenta. Y mientras dejo atrás todas las sombras de las viejas guaridas, mientras cruzo por los campos minados y tan sólo los últimos rescoldos me señalan la ruta de tu cuerpo hago un acto de fe, guardo la luz, los pájaros, tus ojos…, al tiempo que repito muy despacio, sin tocarte, tu nombre. Y es que hace a estas horas tanto frío que no cabe en las manos el calor de una rosa. Vicente Martín Martín. Mejor con F11.